Saber que el kilo -de lo que sea- nunca va a valer más de 2 lucas.
No necesitar el auspicio de ninguna de las hermanas Bolocco para agilizar el tránsito.
Tener cosas de toooodos los colores en el plato, durante toooodas las comidas del día, y no sólo café, rosado y blanco.
Mirar el pedacito de lo que sea en el tenedor y cachar que no es un músculo como el de mi propia pierna.
Descubrir que las dietas de las que hablan en la tele se asemejan demasiado a lo que como todos los días.
Tener un tubo de PVC como sistema digestivo.
Todas esas cosas choris que pasan cuando uno es vegetariano.